miércoles, octubre 04, 2006

Opinión: La Historia del Tango




"Un estudio analiza un período crucial de la historia del país y del tango: el que va de 1916 a 1943. La música ciudadana está íntimamente asociada a la formación política de la Argentina"

Por Aldo Ferrer


Como corresponde a las principales creaciones culturales de una sociedad, la historia del tango argentino está íntimamente asociada a la formación histórica, económica y política de la Argentina y a su inserción internacional. Desde esta perspectiva, tres investigadores de la materia, Natalio Eche Garay (Escribano General del Gobierno de la Nación), Alejandro Molinari y Roberto Martínez, acaban de publicar un importante estudio (1). El mismo abarca un periodo crucial de la historia del país y del tango: 1916-43.
La obra abarca el período comprendido entre dos hechos trascendentes de la historia argentina: el inicio de la primera Presidencia de Hipólito Yrigoyen en 1916 y el golpe de Estado de 1943. En el mismo período, el tango transitó desde la incorporación de la poesía con el texto de Mi noche triste, en 1917, hasta lo que los autores llaman la “masividad del tango en la larga década del 40”.
En las casi tres décadas comprendidas entre ambas fechas, el país y el mundo registraron acontecimientos extraordinarios. Dos guerras mundiales, la gran depresión económica global de los años treinta y el derrumbe del orden económico internacional, del cual Argentina formaba parte, bastaban para conmocionar al país.
En parte, por estas influencias exógenas pero, decisivamente, por causas generadas en su propia historia, Argentina registró, en la misma época, el derrumbe del orden constitucional con el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, la reinstalación del régimen conservador asentada en el fraude y, finalmente, su derrocamiento en otra asonada militar que abriría, poco después, el acceso al poder del peronismo.

Los autores abordan la imprescindible y difícil tarea de analizar la evolución del tango en el período en un contrapunto, de ida y vuelta, con las transformaciones contemporáneas en el país y en el mundo, y desembocan en la extraordinaria larga década del 40. En esta convergieron acontecimientos que provocaron una explosión de argentinidad, como el definitivo arraigo de los inmigrantes de las últimas décadas del XIX y primera del siglo XX, a través de sus descendientes, ya argentinos nativos y partícipes del proceso político en virtud de la reforma electoral de la Ley Sáenz Peña. Esta corriente de argentinidad fue fortalecida por la inmigración del interior bajo la atracción de la industrialización sustitutiva de importaciones localizada, principalmente, en el Gran Buenos Aires (...)

El derrumbe del orden mundial no sólo provocó efectos económicos en la Argentina. Quedaron también comprometidos los lazos culturales hacia fuera, que tanta influencia habían ejercido previamente por el peso de la inmigración y la inclinación de las elites criollas a buscar sus referentes e, incluso, la legitimación de los bienes culturales argentinos (como sucedió con el tango), en París y otros grandes centros europeos.
Esta suma de acontecimientos replegó al país sobre si mismo pero, ahora, sobre una población de raíces criollas remotas (...) El país redescubrió raíces previas en el folclore y el tango y, en este, al cual se refiere la obra comentada, una herencia gigantesca construida por los grandes creadores de la Guardia Vieja, el aporte posterior de Julio de Caro y esa figura extraordinaria e insólita, aquí o en cualquier otra parte, Carlos Gardel. Entonces, estalla, a fines de los años treinta, el ritmo de Juan D‘Arienzo y, poco después, las grandes orquestas y binomios como el D‘Agostino-Vargas, que siguen siendo el canon del género y a cuyos compases se baila hasta hoy, vayamos a saber hasta cuando, en todas las milongas del país y del resto del mundo.

El relato de esta obra ejemplifica un hecho extraordinario de nuestra historia. A saber, nuestra capacidad de construir una gran cultura reconocida por el resto del mundo (una de cuyas expresiones es, precisamente, el tango) y la dificultad de formar un gran país a la altura de sus posibilidades, por la calidad de la población y la diversificada dotación de recursos en un territorio inmenso.
Para lo segundo, es preciso contar con una fuerte densidad nacional arraigada en la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional, la estabilidad institucional y política de largo plazo, la vigencia de un pensamiento crítico no subordinado a los criterios de los centros hegemónicos del orden mundial y, consecuentemente, políticas económicas generadoras de oportunidades para amplios sectores sociales, protectoras de los intereses nacionales y capaces de arbitrar los conflictos distributivos para asegurar los equilibrios macroeconómicos.
El análisis comparado revela que todos los países exitosos, es decir, los que fueron capaces de zafar del atraso relativo y construir economías avanzadas y sociedades prósperas, contaron y cuentan, siempre, con una fuerte densidad nacional constituida por los factores mencionados. En nuestro caso, el recorrido revela la debilidad de nuestra densidad nacional por la ausencia o insuficiencia en varios de esos terrenos, como el de la equidad distributiva, la estabilidad institucional, la calidad de los liderazgos y una visión propia y realista del mundo y de los canales para movilizar el potencial del país.

Mientras el desarrollo económico y social se vincula a la densidad nacional, la cultura, en cambio, hace a la identidad nacional. Es preciso diferenciar ambos conceptos. Una sociedad de baja densidad nacional, por la insuficiencia de las condiciones endógenas necesarias al desarrollo, puede, sin embargo, crear valores culturales de reconocimiento universal y construir una identidad propia, diferenciada y reconocible por propios y extraños. La Argentina y América Latina proporcionan ejemplos notorios en tal sentido.
La cultura expresa la creatividad de la sociedad, en buena medida, al margen del sistema de poder y la estratificación social. Abarca, así, a todo el arco social y se enriquece con el aporte de todos. En la Argentina, por ejemplo, incluye a Eduardo Arolas y a Jorge Luis Borges, a Victoria Ocampo y Agustín Bardi, a José Hernández y Homero Manzi, a Pedro Mafia y Arturo Jauretche, a Horacio Salgán y Federico Leloir, a Aníbal Troilo y Bernardo Houssay y, así, a todos los creadores de la música, la literatura, la ciencia y las múltiples expresiones del ingenio humano, procesado en las condiciones propias del espacio vernáculo.
El dilema que sigue pendiente en la agenda argentina es cómo cerrar la brecha entre el país posible de inmensas posibilidades y el real castigado por la pobreza y la desigualdad, entre la densidad y la identidad nacional y cómo reconocernos a nosotros mismos en este mundo que, como en los tiempos inaugurales del tango, está signado por relaciones entre las economías, los pueblos y sus culturas, cada vez más estrechas.
El tango nos ha enseñado cómo estar en el mundo siendo nosotros mismos y como la originalidad descansa en la capacidad de nutrirse de las raíces propias, para crecer y ser reconocido y respetado por otros. El libro comentado proporciona enseñanzas y mensajes útiles para la re-solución del dilema argentino.

(*) Profesor titular de Estructura Económica Argentina, Universidad de Buenos Aires (UBA)

(1) De Irigoyen a Pugliese. La sociedad, el hombre común y el tango, 1916-43. Foro Argentino de Cultura Urbana. Buenos Aires. 2006.

El cd "Corazón al Sur" se puede adquirir en los recitales.

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